La isla de Creta, una estrecha y larga franja de tierra, se extiende al sur del Egeo como si de un puente se tratara entre las costas de Asia, de África y de Europa. Es la antigua cuna de la civilización mediterránea.

Fue el inglés Arthur J. Evans quien se enfrascó en seguir las huellas de esta civilización, para la que propuso el nombre de minoica, en recuerdo de Minos, el mítico rey de Cnosos. Aunque claramente ligada a la micénica, es su antecesora, y  presenta unas características propias y originales.

1.      El mito del Minotauro.

Minos, el mítico rey de la isla, era hijo de Zeus y de Europa. Poseidón, dios del mar, le había ofrecido Creta con todas sus ciudades y, para anunciárselo, le envió un toro divino. El toro debía ser sacrificado en honor del dios, pero Minos se lo quedó, sacrificándole otro de su rebaño. El resultado fue que Poseidón, enfurecido, inspiró un amor irresistible en Pasifae, la mujer del rey, quien se emparejó con el toro y dio a luz un monstruo con cuerpo humano y cabeza animal, el Minotauro. Minos lo encerró en el laberinto, construido por Dédalo en el centro del palacio, y cada nueve años Atenas debía pagar al rey de Creta un tributo compuesto por siete efebos y siete doncellas, que estaba destinado a dar de comer al monstruo. Sería Teseo quien daría muerte al Minotauro con la ayuda de Ariadna, hija del rey Minos.

Quizá la leyenda griega refleja, deformándolos, algunos elementos de la antigua religión cretense. Efectivamente, parece que el toro era el animal sagrado de la antigua Creta y que los saltos sobre los cuernos del toro en plena carrera, que preludian las corridas y que están documentados por numerosos testimonios arqueológicos, tenían un valor ritual.

Algunos estudiosos han visto una historia iniciática oscurecida por el mito del Minotauro: los adolescentes en el laberinto representarían a los neófitos en el lugar sagrado de la iniciación al culto de la divinidad del palacio.

Por otra parte, el culto al toro está presente a lo largo del II milenio a.C., tanto en Asia Menor como en Egipto, y por ello no asombra su persistencia en las culturas del Egeo.

En cuanto al laberinto, cuando el arqueólogo inglés Evans descubrió Cnosos, creyó reconocer en los restos sacados a la luz las señas de aquella mítica construcción. La compleja planta del palacio y la procedencia de la palabra “laberinto”, del lidio labrys (doble hacha), apoyaban aquella interpretación. Efectivamente, por todos lados aparecían las hachas de doble filo de carácter votivo pintadas o grabadas en las paredes.  El laberinto habría sido, pues, el “palacio de la doble hacha”.

La figura simbólica del laberinto era interpretada como la de un recorrido iniciático de descenso y regreso del Más Allá.

La información que poseemos sobre la historia y la mitología de Creta procede también de los historiadores griegos como Heródoto y Tucídides. Son ellos quienes nos presentan a Minos como el primer personaje dominador del mar Egeo y que, gracias a su poderosa flota, fue capaz de limpiar los mares del peligro que suponían los piratas y asegurar el libre comercio y la riqueza de la civilización minoica.

 

 

2. Campesinos y mercaderes.

Creta gozaba de una posición privilegiada, en el cruce entre tres mundos: Asia, África y Europa. Era una tierra fértil, rica en recursos acuíferos -indispensables para la agricultura-.

A diferencia de los habitantes de otras islas, los cretenses eran más campesinos que marineros. El clima apacible favorecía la existencia de abundantes cosechas y, por consiguiente, de excedentes alimentarios. Así sus gentes acumularon numerosas riquezas y dejaron para la posteridad gran cantidad de testimonios materiales de su civilización en los palacios, en las manufacturas y en los templos.

3. Período Protopalacial (2100-1900 a.C.).

Los primeros asentamientos cretenses de los que tenemos noticias se remontan al 6000 a.C., pero es alrededor del 2000 a.C. cuando, gracias a un notable crecimiento demográfico, se desarrollan las primeras ciudades, concretamente la ciudad-palacio de Cnosos y la de Maliá, que, en el período de los Primeros Palacios (1900-1700 a.C.) alcanzaron dimensiones similares a las del máximo florecimiento (período de los Segundos Palacios o Neopalacial -1700 a 1450 a.C.-). En esta época, denominada Protopalacial (2100-1900 a.C.), se formó una cultura común -una koiné- que caracterizó a toda la isla.

4. Período de los Primeros Palacios (1900-1700 a.C.).

En la tierra más fértil de la isla, en Cnosos, Maliá, Festos, comenzaron a surgir grandes complejos arquitectónicos que integraban numerosos edificios con finalidades diferentes (residencias, cocinas, almacenes, talleres, santuarios, etc.), pensadas para que desarrollaran una función económica, política y religiosa.

De la económica son testimonio los numerosos almacenes que existen alrededor de los barrios populosos, así como en su subsuelo.

La función política y la religiosa quedaba en manos de la monarquía local, que también controlaba la economía agrícola y mercantil. Por ello, junto a las suntuosas salas y a los grandes almacenes, aparecen algunas estancias destinadas a santuario.

Se trataba de edificaciones abiertas sin muros defensivos, lo que revela el talante pacífico de sus habitantes.

A esta época pertenece el estilo cerámico de Camarés, característico por la abstracción de sus motivos naturalistas sobre fondo oscuro.

 

5. Período de los Segundos Palacios o Neopalacial (1700-1450 a.C.).

La civilización de los Primeros Palacios tuvo su final como consecuencia de violentos terremotos que sacudieron la isla. Pero Creta resurgió de sus cenizas para entrar en el período más espléndido de la civilización minoica: la época de los Segundos Palacios o período Neopalacial.

Es un momento de prosperidad sin precedentes, en el que se levantaron las fastuosas residencias de Cnosos, Festos, Hagia Tríada, Palaicastro, Maliá, Zacros, Arjanes y La Canea.

A este florecimiento contribuye el desarrollo económico de la isla, que llevó a Creta a desempeñar un papel de protagonista en el escenario del Mediterráneo oriental. Ya habían existido contactos con las civilizaciones del Oriente (Egipto, la costa sirio-palestina) en el período anterior.

Con la XVIII Dinastía, Egipto se adueña de toda la franja que va desde Gaza a Ugarit, con la consiguiente necesidad de enormes recursos: oro, plata, piedras preciosas, cobre y marfil, que abastezcan los talleres artesanos del faraón. Todos estos apreciados bienes se encuentran en Siria, pero el problema consistía en hacerlos llegar desde allí hasta Tebas. La ruta caravanera estaba infestada de peligros y, por tanto, era preferible alcanzar el delta del Nilo por mar.

Los dueños del mar eran los minoicos, y por eso fueron quienes gestionaron el tráfico entre los puertos sirios y las costas tebanas, lo que les reportó un enriquecimiento considerable. Pero Egipto fue también el más importante cliente de los productos ganaderos, agrícolas y artesanales cretenses.

Poco a poco las colonias minoicas se difundieron por todo el Egeo, las islas Cícladas y la península griega. Unas veces se trataba de simples emporios comerciales, pero, otras, eran protectorados políticos que atestiguan claramente la intensa penetración minoica.

La existencia de cierto número de complejos palaciales de destacada importancia ha suscitado el interrogante de cuáles eran las relaciones existentes entre ellos. Las características comunes de la administración, de los edificios y del arte de los palacios hacen pensar en la existencia de un centro dominador, que, al comienzo de este período, habría sido Cnosos. La preeminencia de ésta sobre las restantes residencias palaciales ha llevado a pensar a numerosos investigadores que todo pertenecía a un soberano, quien poseía palacios en las distintas regiones de la isla.

A tan sólo cuatro kilómetros del mar, sobre una colina poco elevada, se levantaba Cnosos. Toda la ciudad contaba con 70.000 habitantes, y si a éstos se añadía la población del vecino puerto, se podía llegar a los 100.000, un número desmesurado, explicable solamente por tratarse de la capital de una gran potencia marítima.

La planta del palacio de Cnosos es un enorme rectángulo, en cuyo centro hay un gran patio que permaneció sustancialmente sin cambios desde el primer palacio. Sí se modificaron, por el contrario, las dimensiones de los edificios y la concepción arquitectónica, cada vez más monumental. En torno a ese gran patio central se encontraban magníficos aposentos (salón del trono, habitaciones privadas con baños), recintos para espectáculos, almacenes, talleres, alcantarillado. En la decoración del palacio aparecen elementos de carácter religioso, como la doble hacha (labrys) y los llamados cuernos de la consagración, símbolo de la presencia táurica que domina esta civilización. Estos antiguos cretenses son consumados artistas: en las pinturas murales, en la cerámica, en la orfebrería ponen de manifiesto su pericia y su gusto por la inspiración naturalista (fundamentalmente, marina).

Las bellas pinturas que decoraban sus palacios nos permiten conocer detalles de la vida de los cretenses y el moderno aspecto de sus mujeres por sus vestidos, peinados y cuidado maquillaje. Eran muy aficionados a los juegos, especialmente las corridas de toros en las que realizaban acrobacias saltando sobre el animal, omnipresente en las leyendas y mitos minoicos.

 

 

En torno a 1450 a.C. una violenta explosión del volcán de la isla de Tera (la más meridional del archipiélago de las Cícladas) provocó una ola gigantesca que devastó la costa septentrional de Creta, mientras una lluvia de cenizas sepultó una gran parte de la isla. Fue el fin de la civilización minoica. Los siguientes vestigios que encontramos en la isla confirman que los griegos micénicos se hacen con el control de Creta y participan de las consecuciones artísticas y culturales de los minoicos.

 

6. Las escrituras cretenses.

Desde principios del segundo milenio a.C. se desarrollan en Creta varios tipos de escritura. La necesidad de crear una burocracia capaz de mantener informado al señor del palacio de todo lo referente a la producción agrícola y artesanal favoreció el nacimiento de la escritura como instrumento administrativo. En un principio eran simples pedazos de arcilla empleados para cerrar vasos, cestas o puertas. Se aplicaba cuando todavía estaba húmeda. Cuando alguien retiraba cualquier mercancía de los almacenes, debía dejar constancia estampando con un sello personal un número de improntas equivalente a la cantidad que había retirado. Se trata de una frase que podemos definir como “pre-escrituraria”.

La verdadera escritura nacerá para mejorar estos sistemas administrativos. Fue en el palacio de Cnosos donde Evans encontró los restos de tres tipos de escritura. Los llamó jeroglífica, lineal A y lineal B. Características del mundo minoico son la jeroglífica y el lineal A, en tanto que el lineal B pertenece al mundo grecomicénico.

Por orden cronológico, en primer lugar (1900-1625 a.C.) encontramos un sistema jeroglífico en el que se alternan los ideogramas (signos que representan conceptos o cosas) con signos fonéticos. El disco de Festo, del s. XVII a.C., se ha puesto en relación con la escritura jeroglífica cretense, aunque probablemente se trate de una pieza foránea llevada a Creta.

Más tarde, a partir de 1625 a.C. surge, derivada de la jeroglífica, la escritura lineal A, un sistema silábico (cada signo se corresponde con una sílaba) complementado por algunos ideogramas y signos numéricos. Tanto esta escritura como la jeroglífica están aún sin descifrar. Lo único que sabemos es que en la época Neopalacial, dentro del denominado lineal A, existen dos lenguas diferentes, difundidas por todo el territorio cretense: una lengua sagrada reflejada en los documentos procedentes de los santuarios, y una profana, usada en la administración del palacio para la contabilidad.

En torno a 1450 a.C. aparece la escritura lineal B, una adaptación de la lineal A a la lengua griega de la época. El conocimiento de este sistema de escritura es bastante reciente, ya que fue descifrada por M. Ventris en 1952. Se trata también de un sistema silábico con signos numéricos y escasos ideogramas. Esta escritura pasa posteriormente de Creta a la península, donde se encuentran los documentos más representativos (aparte de los de Cnoso): las series pertenecientes al archivo del palacio micénico de Pilo. Se trata de documentos relativos a la administración de los palacios, por lo que permiten reconstruir con cierta fiabilidad la sociedad de la época.

 

7. El arte cretense.

7.1. Pintura.

La belleza de las estructuras arquitectónicas minoicas está resaltada por la de los estucos (ocres, azules y blancos) que colorean los muros externos, y por la de los frescos que decoraban algunos de los ambientes interiores, las habitaciones destinadas a actos oficiales y las casas privadas.

Se trata de magníficas pinturas de temas diversos:

-Procesiones en honor de la realeza. De una procesión semejante forma parte el llamado Príncipe de los lirios, realizado con la técnica del estuco en relieve.

-La extraordinaria cabeza de toro que adornaba la entrada norte del palacio de Minos.

-Los grifos del salón del trono.

 

 

-Los grandes escudos del salón de las dobles hachas.

-La vida de la corte, donde también aparecen personajes femeninos como La parisina o Las damas en azul.

 

 

-Flores (lirios), paisajes (el Fresco de la Primavera, en el que, en un paisaje montañoso y colorista que recuerda una zona volcánica, hacen su aparición lirios y golondrinas, evocando esa época del año) y animales recreados con gran fantasía y diversidad cromática.

-Antílopes, luchadores, sacerdotisas, oferentes, batallas navales, paisajes del Nilo son los motivos decorativos de las pinturas halladas en la isla de Tera. Allí se encontró uno de los frescos más interesantes de todo el arte minoico, el llamado Fresco de la flota.

En él aparecen representadas ocho naves y algunas barcas que zarpan de una ciudad situada al borde del mar, y se dirigen hacia otra ciudad que está fortificada, y a un santuario; mientras, sobre la pared de enfrente, se cruzan dos cortejos. Por todas partes están representadas escenas de la vida cotidiana, como pastores con sus rebaños, mujeres junto al pozo, pescadores con ristras de peces, guerreros armados, cazadores, amas de casa, ritos cotidianos, ofrendas y ceremonias sagradas, así como otro puerto en cuyas aguas flotan numerosos cuerpos.

La complejidad de la representación de este gran fresco ha dado lugar a diversas interpretaciones. Hay quien ha visto en él la narración de una expedición a Libia, otros, una guerra entre minoicos y micénicos. Finalmente están aquellos que ven la descripción de un acuerdo alcanzado entre potencias antagonistas.

Las pinturas minoicas se caracterizan, no por el realismo anatómico, sino por sus vivos colores, la expresión y el movimiento de los cuerpos.

En el período Neopalacial, de la policromía de los primeros momentos se pasa a una austeridad cromática en la que sólo sobreviven algunos colores, como el marrón oscuro sobre fondos claros, con toques de blanco, rojo y naranja, aunque poco frecuentes. Los motivos vegetales son los más representados: lirios, papiros y amapolas, además de los marinos: caracolas, corales, peces, delfines y pulpos.

 

7.2. Cerámica.

Una de las manifestaciones artísticas más extraordinarias del período de los Primeros Palacios es la denominada cerámica de Camarés.

Se trata, generalmente, de vasos de paredes muy finas, llamados por los arqueólogos “de cáscara de huevo”, realizados con una gran habilidad técnica gracias a la introducción del torno de alfarero y pintados de negro, blanco, rojo y amarillo, o con decoración en relieve. En consonancia con las formas, espirales, flores estilizadas y pulpos decoran las paredes de las vasijas.

7.3. Orfebrería.

El influjo del artesanado egipcio sobre los talleres locales favoreció que la joyería y la metalurgia progresaran notablemente en la época de los Primeros Palacios.

En cambio, en la época Neopalacial encontramos pocos testimonios del arte orfebre.

7.4. Escultura.

La escultura, por el contrario, no encontró un terreno fértil en Creta. Pocas son las piezas de relieve que nos han llegado. Concretamente, las diosas de las serpientes de Cnosos y el dios de marfil de Palaicastro.

Un lugar destacado ocupan los vasos de piedra, cuya elaboración la habían heredado de los egipcios. En la época Neopalacial los vasos de piedra minoicos son verdaderas obras maestras, como, por ejemplo, el magnífico vaso en forma de cabeza de toro, procedente de Cnosos, que estaba destinado a las libaciones.

En los santuarios se han encontrado numerosos ejemplos de figuras humanas y de animales, así como exvotos (que reproducen órganos humanos, comúnmente piernas y brazos, para los que se pide la intervención sanadora de la divinidad).

También han sido encontrados vasos votivos y mesas de libación, objetos simbólicos tales como los cuernos de consagración y las dobles hachas, diosas con los brazos levantados sujetando unas serpientes, símbolo del mundo del Más Allá y de la naturaleza; y representaciones de gatos, que hacen pensar en un fuerte influjo de la cultura egipcia.

7.5. La glíptica.

Los minoicos destacaron también en la elaboración de sellos, decorados, en principio, con motivos incisos estilizados o florales y, después, con representaciones mucho más realistas.

Fue en la época Neopalacial cuando este tipo de gemas alcanzó su máximo esplendor.

Se empleaban piedras blandas, como la esteatita, piedras semipreciosas, como la cornalina, el ónice y el cristal de roca y, finalmente, el oro.

 

8. La religión en Creta.

Es tanta la abundancia de restos arqueológicos relacionados con el mundo religioso que hoy día podemos obtener una aproximación bastante fiable a las creencias y ciertas formas de culto de la cultura minoica.

Por una parte, se conoce un buen número de lugares de culto; por otra, los objetos hallados en ellos nos permiten reconstruir los rasgos principales de la religión cretense.

Lo primero que llama la atención es la inexistencia de templos. Los lugares de culto en la cultura minoica son de diferentes tipos: los santuarios de cima o de pico (situados en las cumbres de las montañas y colinas más importantes), las cavernas y los santuarios domésticos, situados en el interior de los palacios.

Los santuarios de cima o de pico consistían en un recinto delimitado por un muro tosco de piedras; en su interior, un altar recibía las ofrendas, y a veces se construía una especie de capilla o templete para guardar los exvotos llevados por los fieles, que llegaban a estos lugares en fiestas y procesiones, especialmente en primavera y otoño. La relevancia de estos santuarios era tal que los más importantes servían para orientar los palacios hacia ellos.

Por otra parte, cerca de 300 cuevas han proporcionado restos arqueológicos relacionados con actividades religiosas, especialmente en forma de exvotos. Destacan las de Psijró, la del monte Ida, la de Camarés.

Los santuarios domésticos también son muy abundantes. En los palacios se reservaban una o varias habitaciones a las necesidades del culto: una capilla con una fachada de tres cuerpos, el central sobreelevado y todos con las características columnas minoicas -que disminuyen su grosor de arriba abajo- y coronados por los llamados cuernos de la consagración.

En unas habitaciones anejas se suelen guardar los exvotos (joyas, esculturas, relieves, conchas pintadas, etc.) y los productos ofrecidos a la divinidad (cereales, aceite, vino, miel, pasteles), conservados en tinajas y jarras.

Mesas de altar y otros objetos (trípodes para quemar perfume, banquetas, recipientes en forma de animal para hacer libaciones, dobles hachas colocadas en mástiles, etc.) completan los elementos que definen a un santuario doméstico, completado con los cuadros pintados al fresco sobre las paredes. La aparición de frescos en estas habitaciones guarda relación con la actividad religiosa. Pues parece claro que los famosos frescos minoicos no servían como mero ornamento de las paredes, sino que eran el escenario de las salas de mayor importancia del palacio, con una función tanto religiosa como administrativa.

Más difícil resulta saber a qué dioses adoraban los cretenses. Predomina la imagen de una figura femenina con diferentes atributos, que no sabemos si se trata de la misma Gran Diosa Madre con diversas advocaciones, o si se trata de diferentes divinidades: diosa de las serpientes (símbolo del mundo del Más Allá y de la naturaleza), diosa de las fieras (como diosa de la naturaleza), diosa de la Montaña, acompañada por sus palomas, Britomartis (la Dulce Virgen) o Ilitía (diosa de los partos). En otras ocasiones, esta diosa se representa como kourótrophos, es decir, portadora de un niño, con los rasgos propios de la fecundidad y la maternidad.

También existen representaciones del Dios Joven, asociado a la diosa en un ciclo de nacimiento y muerte anuales, como si se tratase del espíritu de la vegetación y sus ciclos estacionales.

Otras veces, este dios masculino está flanqueado por fieras salvajes (leones, toros, cabras, perros o especies fantásticas como grifos o esfinges), a los que domina como Señor de los animales.

Los exvotos depositados en los santuarios son esculturas de terracota o de bronce, anillos-sello de oro o piedras semipreciosas con escenas grabadas, placas de metal precioso recortadas, cerámicas con escenas pintadas y otros muchos objetos que representan animales sagrados de todo tipo, tanto terrestres como marinos, con un claro predominio del toro. También se trata de atributos que aluden a la divinidad, como son las dobles hachas, los cuernos de la consagración, los cráneos de los toros o los nudos sagrados.

Además, entre el material arqueológico encontrado abundan las escenas de culto en las que aparecen fieles que acuden a adorar a la divinidad; o bien sacerdotisas, sacerdotes y fieles efectuando algún acto de la liturgia religiosa: libaciones o derramamientos rituales de líquidos (aceite, vino, perfumes, etc., en sustitución de la sangre), ofrendas de alimentos e, incluso, el sacrificio cruento de animales, todo ello acompañado con música de flautas, liras y cítaras.

En la Creta minoica fue muy frecuente también la taurokathapsía o salto del toro: ante una multitud de espectadores, jóvenes de ambos sexos ponían a prueba su agilidad esperando la acometida del animal y esquivándolo con piruetas y saltos. Finalmente, un sacerdote vestido con un traje largo y armado con la doble hacha procedía a la ejecución del animal.

Con la llegada de los micénicos a Creta tras el desastre de la isla de Tera (actual Santorín), los nuevos señores adoptaron muchos rasgos de la religión minoica que, a su vez, pasaron a manos de los dorios, quienes conservaron en su memoria muchos relatos y leyendas.