Los cien años que, aproximadamente, median entre el tribunado de la plebe de Tiberio Graco (133 a.C.) y el inicio del imperio (31 a.C.) constituyen un período crítico en la historia de Roma.

           La increíble expansión territorial que, tras cinco siglos de conquistas, había alcanzado Roma, tuvo consecuencias imprevisibles que abocaron a la ruina al ya desgastado régimen republicano.

1.      Consecuencias de la expansión territorial.

*Para la plebe:

           -Crisis del campesinado: La plebe rústica estaba obligada a prestar servicio en el ejército. La mayor duración de las campañas, llevadas ahora a cabo en lejanos lugares, obligó a estos soldados-campesinos a abandonar sus tierras vendiéndolas a bajo precio.

           -Afluencia masiva de población rural a la ciudad: La plebe urbana, a la que se suman estos nuevos inmigrantes, se convierte en un instrumento político en manos de líderes ambiciosos.

           *Para los nobles y caballeros:

          -Formación de latifundios: Los nobles terratenientes se apropiaron del ager publicus, notablemente incrementado por las conquistas militares. Además, adquirieron las tierras de los pequeños y medianos campesinos a precios irrisorios y las hicieron trabajar por mano de obra esclava (en su mayoría, prisioneros de guerra).

          -Enriquecimiento: Las clases senatorial y ecuestre fueron las principales beneficiarias de las conquistas territoriales, acentuándose la diferencias sociales.

          -Lucha por el poder: La clase política romana estaba integrada por los nobles, que se adherían a uno de los dos “programas” políticos existentes:

 

 

          *Los optimates, que defienden a ultranza la agricultura latifundista y esclavista, pertenecen al sector más conservador de la nobilitas. Su objetivo es, por una parte, concentrar el poder en el Senado y en las altas magistraturas y, por otra, limitar las prerrogativas de las asambleas populares y de los tribunos de la plebe.

          *Los populares abogan por la reforma agraria y militar. Por medio de los tribunos, presentan sus proyectos de ley a las asambleas populares. Muestran una clara tendencia a la demagogia y a la concentración del poder en manos de un solo individuo.

           La lucha por el poder entre optimates y populares se zanjó, primero, con violentas revueltas que sembraron el pánico en las calles de Roma y, después, con sangrientas guerras civiles en las que se vieron implicadas varias provincias del Imperio. Unos y otros incitaron a las masas a la rebelión y utilizaron el ejército para sus ambiciones personales.

2.      La reforma agraria de los Gracos.

           En el 133 a.C. Tiberio Sempronio Graco es elegido tribuno de la plebe. Presentó a la asamblea popular una ley de reforma agraria con el objetivo de conseguir para los ciudadanos pobres el derecho al usufructo del ager publicus.

           El Senado recurrió al veto interpuesto por Octavio, un tribuno de la plebe vendido a los intereses de la aristocracia. Tiberio, en un hecho sin precedentes, reunió de nuevo a la asamblea para despojar a Octavio de sus atribuciones.

          Las posiciones de ambos bandos se hicieron cada vez más extremas y, finalmente, estalló un grave disturbio en el que Tiberio encontró la muerte.

          Cayo Graco, nombrado tribuno en el año 123 a.C., continuó la labor iniciada por su hermano Tiberio. Emprendió la distribución del ager publicus y la fundación de colonias. Presentó una lex frumentaria que regulaba las distribuciones mensuales de trigo a precios estables. Mediante una lex militaris consiguió responsabilizar al Estado del equipamiento de los soldados. Incluso llegó a proponer la concesión de la ciudadanía a los latinos y el derecho de voto al resto de los aliados itálicos.

          El Senado declaró el estado de excepción y, en una encarnizada lucha en las calles de Roma, murieron Graco y muchos de sus seguidores (121 a.C.).

          La reforma agraria había fracasado y el poder recaía nuevamente en manos del Senado.

 

3.      La reforma militar de Mario.

           Pronto retornó la inquietud a la sociedad romana, ahora como consecuencia del estallido de algunas guerras exteriores.

           *En Numidia, región situada al Norte de África y aliada de Roma, surgió un problema por la sucesión en el trono entre los dos hijos del rey Micipsa y su sobrino Yugurta. Contraviniendo las órdenes de Roma, Yugurta intentó apoderarse de todo el reino de Numidia, por lo que el Senado tuvo que enviar un ejército a África.

           Tras varias campañas desastrosas, se puso al frente de las tropas a Cayo Mario. Investido del imperium consular, prometió concluir rápidamente la guerra. Como necesitaba incrementar el reclutamiento, vio que la única forma viable era separar la condición de soldado de la de propietario: el ejército podría ser una salida profesional para los proletarii que, desocupados y hambrientos, constituían un peligroso caldo de cultivo para la rebelión.

           Después de varios años de intensa lucha, Mario, ayudado por su cuestor Lucio Cornelio Sila, consiguió hacer prisionero a Yugurta y alcanzó el segundo consulado.

           *Para hacer frente a las alarmante incursiones de cimbrios y teutones (tribus germánicas) por el Sur de la Galia, Mario fue elegido cónsul por tres veces consecutivas. Derrotó a las tribus germánicas en Aquae Sextiae (Aix-en-Provence) y en el valle del Po.

           El sexto consulado (100 a.C.) de Mario fue la culminación de una brillante carrera política y militar. Su ejército de proletarios lo adoraba. Era ésta la primera vez que un ejército se comprometía con un dirigente político. A partir de este momento, las legiones, dirigidas por sus carismáticos líderes, intervendrán cada vez más para dirimir los conflictos mediante guerras civiles. La explicación de este hecho estriba en la lealtad sin límites de las tropas hacia su general, que obedecía, por una parte, al genio militar de algunos generales romanos y, por otra, a las promesas de reparto del botín y de distribución de tierras de cultivo, una vez licenciados.

 

           4. La ampliación de la ciudadanía.

           A principios del siglo I a.C. había aumentado entre los pueblos itálicos aliados el deseo de conseguir la ciudadanía romana. La nobleza itálica estaba interesada en la política exterior romana por motivos económicos. Para las clases sociales itálicas menos afortunadas la ciudadanía supondría una situación de igualdad en el ejército y, por consiguiente, la posibilidad de beneficiarse de los repartos agrarios entre veteranos.

           Pero la plebe romana se oponía, temiendo la pérdida de sus privilegios. Tampoco la clase ecuestre ni la oligarquía dirigente lo veía con buenos ojos.

           A finales del 91 a.C. los itálicos iniciaron la guerra, que se prolongó más de la cuenta. Finalmente, Roma ofreció la ciudadanía romana a todas las poblaciones que le permaneciesen fieles.

           Tras la Guerra de los aliados, la mayor parte de los habitantes de Italia quedó igualada jurídicamente y dotada de idénticos derechos políticos. Pero no se encontró la manera de facilitar la participación de estos nuevos ciudadanos en las asambleas políticas. El sistema de gobierno de Roma era viable para una ciudad-estado, pero empezó a mostrarse ineficaz para administrar un imperio en proceso de desarrollo.

             5. El asalto al poder. La reforma política de Sila.

            Entretanto, en Asia Menor, Mitrídates, rey del Ponto, aprovechó la coyuntura para ampliar sus dominios.

            Mario, apoyado por los equites, intentaba conseguir el mando de la campaña. Por su parte, Sila contaba con el apoyo de la clase senatorial.

            Sila tuvo que huir de Roma, y la asamblea concedió la dirección de la guerra a Mario. Pero Sila regresó para dar un golpe de Estado (88 a.C.).

            Mario, que huyó a África, y sus partidarios fueron declarados enemigos públicos y sus proyectos, abolidos. Después de dejar al frente de Roma a dos cónsules, Sila partió con su ejército hacia Oriente.

            Pero uno de los cónsules se unió a Mario y entraron triunfalmente en Roma a finales del 87 a.C. Ambos fueron elegidos cónsules para el 86 a.C. Mario murió pocos días después.

            En el 82 a.C. Sila entró en Roma con su ejército victorioso. Inició una cruel dictadura cuyo primer objetivo fue la eliminación de quienes habían atentado contra el poder del orden senatorial (las famosas proscripciones).

            Durante dos años llevó a cabo una serie de reformas orientadas a devolver al Senado el prestigio de antaño y restringir los poderes tribunicios. Después abdicó y se retiró a una villa, donde murió a principios de 78 a.C.

 

              6. Nuevas medidas políticas.

             Cneo Pompeyo, que había derrotado a Sertorio en Hispania (72 a.C.), y Marco Licinio Craso, vencedor de la rebelión de esclavos acaudillada por Espartaco (71 a.C.) y uno de los hombres más ricos de Roma, fueron elegidos cónsules para el año 70 a.C. Derogan las reformas llevadas a cabo por Sila, restablecen los poderes de los tribunos de la plebe y crean magistraturas especiales con poderes extraordinarios.

             A Pompeyo se le concedió poder proconsular sobre el mar y las costas para que, en un plazo de tres años, eliminase la piratería que dificultaba enormemente el abastecimiento de trigo y cuestionaba la seguridad del tráfico comercial en el Mediterráneo. En tan sólo tres meses limpió el mar de piratas (67 a.C.). A continuación se le concedió la dirección de la guerra contra Mitrídates. Su victoria sobre este rey (66 a.C.) fue aplastante: el territorio entre el Mediterráneo y el Eúfrates quedó convertido en la provincia de Siria.

              7. El primer triunvirato.

              En el verano del 60 a.C. Julio César, tras su gobierno en la Hispania Ulterior, se presentó en Roma a las elecciones consulares.

              Por iniciativa suya, Pompeyo, Craso y el propio César firmaron una alianza política para conseguir sus objetivos (primer triunvirato): César pretendía el consulado; Pompeyo, la concesión de tierras para sus veteranos; Craso, ciertas ventajas en la recaudación de impuestos. El pacto entre César y Pompeyo se selló con un matrimonio: el de Pompeyo y Julia, hija de César.

              Pese a los esfuerzos de los optimates por impedirlo, César fue elegido cónsul e hizo aprobar todos los compromisos adquiridos con sus aliados de triunvirato.

              Después de su consulado, logró hacerse conceder un poder proconsular con el que, en el año 58 a.C., parte hacia la Galia con cuatro legiones. Pronto encuentra un pretexto para iniciar la guerra: los germanos del otro lado del Rin se asientan en Alsacia, empujando a los helvecios hasta la costa atlántica de la Galia. César moviliza inmediatamente sus tropas y obliga a unos y otros a replegarse.

              En los años 55 y 54 a.C. realiza sendas expediciones a Britania.

              En el 52 a.C. se produce una gran sublevación de los pueblos galos, acaudillados por Vercingétorix, cuya derrota en Alesia marca la completa sumisión de la Galia.

 

 

              Entretanto, la lucha política en Roma se había radicalizado y, ante el cariz que tomaba la situación, Pompeyo decidió aproximarse a la aristocracia senatorial. Esto produjo un deterioro de las relaciones con César, si bien el problema se soslayó de momento con nuevos acuerdos: Pompeyo y Craso asumirían en el 55 a.C. el consulado y obtendrían después un poder proconsular sobre las provincias de Hispania y de Siria respectivamente; el poder proconsular de César se prorrogaría cinco años más.

             Tras el consulado, Craso marchó a Siria para enfrentarse con los partos. Allí encontraría la muerte en la batalla de Carras (54 a.C.).

              Pompeyo permaneció en Roma, dirigiendo las provincias hispanas mediante sus legados.

              Muerto Craso, el distanciamiento entre César y Pompeyo, cuyas relaciones familiares se había roto a consecuencia de la muerte de Julia, era ya inevitable. La violencia del enfrentamiento político entre optimates y populares hacía la crisis aún más profunda.

 

               8. La guerra civil: César y Pompeyo (49-45 a.C.).

              El Senado declaró el estado de excepción y nombró a Pompeyo cónsul sine collega (52 a.C.). Presionado por los optimates, promulgó una ley según la cual la administración provincial sólo podía ejercerse pasado un período de cinco años del desempeño de una magistratura en Roma. De este modo, el mandato de César en la Galia pasaba a ser ilegal (cónsul en el 59 a.C. y procónsul en la Galia desde el 58 a.C.), por lo que le fueron derogados sus poderes.

              El 7 de enero del 49 a.C., temiendo un golpe de Estado de César, el Senado otorga a Pompeyo poderes extraordinarios para defender la República. El 10 de enero César cruza con su ejército el Rubicón, un riachuelo que ponía límite a la Galia Cisalpina.

              Pompeyo se retira a Oriente para conseguir recursos económicos y humanos. En abril del 49 a.C. César se adueña de Roma y, tras proclamarse dictador, se dirige a Hispania, donde derrota a los pompeyanos en Ilerda y Corduba. A principios del 48 a.C. se lanza en persecución de Pompeyo y, en Grecia, obtiene una clamorosa victoria en Farsalia. Pompeyo huye a Egipto con la esperanza de reunir allí tropas y dinero. Pero, al desembarcar, muere apuñalado por orden de Ptolomeo: Egipto había apostado por César.

              Los restos del ejército pompeyano defienden sus posiciones en África y en Hispania. Pero sus estrepitosas derrotas en Tapso (África) y en Munda (Hispania) pusieron fin a la guerra civil.

              9. La dictadura de César.

             César inicia una serie de reformas:

             -Fundación de colonias militares en las provincias.

             -Aumento de los miembros del Senado (900), reclutando nuevos senadores entre sus partidarios, algunos del ámbito provincial.

             -Regulación de la administración provincial.

             -Confiscación de sus propiedades a los asesinos y de al menos la mitad de ellas a otros delincuentes importantes.

             -Acuñación de nuevas monedas de oro.

             -Diseño de un sistema de bibliotecas públicas, que albergarían todas las obras de la literatura griega y latina.

             -Reforma del calendario.

             -Restricción del tráfico y mantenimiento de las calzadas.

             -Finalización de las obras del Foro Julio.

             -Reconstrucción de la Cámara del Senado.

             -Diseño de algunos grandes proyectos (un nuevo puerto en Ostia, la desecación del lago Fucino y de los pantanos Pontinos, una nueva calzada a través de los Apeninos e incluso un canal a través del istmo de Corinto), etc.

              La figura de César era cada vez más odiada por algunos senadores, que veían progresivamente mermado el poder del Senado. Sus temores se confirmaron cuando el 15 de febrero del 44 a.C. Cayo Julio César fue nombrado dictador vitalicio. Este hecho reavivó en los más ardientes republicanos el odio secular hacia todo aquello que recordase los tiempos de la Monarquía.

              Un mes más tarde, el día de los idus de marzo, el gran César caía muerto en el Senado, a los pies de la estatua de Pompeyo, víctima de una conspiración encabezada por Casio y Bruto, hijo adoptivo de César.

 

 

              10. El final de la República.

              Para evitar una nueva guerra civil, el Senado decretó amnistía para los asesinos.

              Marco Antonio, amigo del dictador, congrega a las masas para hacer público el testamento de César: en él se proclama heredero a su sobrino Octavio, un joven de dieciocho años, que acude rápidamente a Roma y adopta el nombre de Cayo Julio César Octaviano.

              Pese a su juventud, Octavio muestra firmeza y habilidad política. En el 43 a. C. pacta una alianza (segundo triunvirato) con los cesarianos Marco Antonio y M. Emilio Lépido mediante el cual se estipulaba que Lépido ejerciera el consulado en el 42 a.C., mientras Octavio y Marco Antonio se dirigían a Oriente contra los asesinos de César.

             En el campo de batalla, frente a la ciudad de Filipos (Grecia), mueren Bruto y Casio.

             Pero pronto surgirán rivalidades entre M. Antonio y Octavio. La lucha abierta por el poder provocará una nueva guerra civil cuyo desenlace pone fin a la crisis de la república el 2 de septiembre del 31 a.C. en la batalla de Accio.

             Con la victoria de Octavio surge un nuevo régimen político capaz de adaptarse a los nuevos tiempos y de administrar con eficacia la vasta extensión del Imperio.