LA HISTORIOGRAFÍA CLÁSICA: CÉSAR Y SALUSTIO

1.      La historiografía romana.

1.1. Género.

La historiografía en Roma es un género literario que tiene como finalidad narrar los hechos históricos desde un punto de vista artístico. Se caracteriza por una serie de rasgos:

-narración de hechos históricos,

-importancia de la descripción, ya sea de países, costumbres, carácter de los personajes históricos, etc.

-discursos intercalados, reales o ficticios, puestos en boca de los protagonistas o en forma de estilo indirecto,

-comentarios del autor que muestran su visión de las cosas, su opinión ante los acontecimientos.

1.2. Precedentes.

El ciudadano romano de la República tardía, la época que se extiende a partir de las guerras púnicas, estaba persuadido de que “las costumbres heredadas de los antepasados” (mores maiorum) constituían un sistema ideal de valores del que se podían extraer los modelos (exempla) para la propia conducta. Y estaba convencido de que dichos valores habían comenzado a perderse ya en su época. La pregunta por el porqué de esta decadencia y la admiración por la grandeza de los tiempos pretéritos constituyeron el marco en el que se desarrolló la historiografía romana, que había partido de los secos anales de los sumos sacerdotes (Annales pontificum), en los que se recogían los sucesos más importantes acaecidos en el consulado correspondiente. Fue entonces cuando acudieron a los dechados griegos.

 Curiosamente, los primeros que lo intentaron (Quinto Fabio Píctor y Lucio Cincio Alimento), a finales del siglo III a.C., se sirvieron de la lengua griega. La explicación está en el hecho de que, para ese momento, el helenismo se había difundido por todo el Mediterráneo y el griego era una lengua de cultura. Esto coincide con la confrontación de Roma con los cartagineses en la Primera Guerra Púnica, y el que los historiadores romanos escribieran sus obras en griego, la lengua internacional vigente entonces, tenía función diplomática y propagandística. Estos “analistas” redactaron los hechos sucedidos dispuestos cronológicamente año tras año.

En el siglo II a.C. surgió la historiografía romana auténtica, redactada ya en lengua latina, en la misma época en la que se creó la epopeya histórica. Catón “el Viejo” (234-149 a.C.) redactó al final de su vida, tras una agitada carrera política, la obra titulada Origines. Los libros 1-3 describían la prehistoria y la historia temprana de Roma (inicia la narración con el mito de Eneas) y de otras ciudades itálicas; los libros 4-7 trataban del subsiguiente desarrollo de Roma hasta los tiempos presentes (el 149 a.C.). Está escrita en un lenguaje directo y muy expresivo. Pone de manifiesto la postura nacionalista y antigriega del autor. Ejerció una poderosa influencia sobre la posteridad.

 

La obra de Catón fue imitada muy pronto por los analistas que escribieron en latín en la segunda mitad del siglo II y comienzos del I a.C. (Calpurnio Pisón Frugi y L. Casio Hemina), autores de menor rango que se atuvieron en general al esquema de los Annales pontificum. Sólo aspiraban a ser claros y concisos y no se preocupaban de problemas estilísticos o artísticos. Divergen fuertemente entre sí tanto en la tendencia como en el método, y lo fragmentario de los textos que han llegado hasta nosotros hace más difícil enjuiciar cada obra individualmente.

Más importancia merece Lelio Celio Antípater (segunda mitad del siglo II a.C.), el primer historiador romano que se entregó a su tarea de manera especializada y profesional. Su obra sobre la Segunda Guerra Púnica (con Escipión el Viejo como héroe principal) fundó en Roma la monografía histórica. Su estilo está fuertemente teñido de retoricismo, que se convirtió desde entonces en un elemento tradicional de la historiografía romana.

Distinta es la obra de Sempronio Aselio, quien, a finales del siglo II a.C., subrayó por primera vez la necesidad de un enfoque causal de la historia.

Los analistas de la época de Sila (comienzos del siglo I a.C.) hacen una crónica de la ciudad, tratando la historia primitiva de Roma de manera sucinta. Son frecuentes en ellos las exageraciones ostentosas a favor de la familia a la que servían como clientes.

Después de Sempronio Aselio, y quizás siguiendo sus huellas, Cornelio Sisena cultivó también el género de la historiografía pragmática, que se concretaba a la historia contemporánea y pretendía hacer comprender en su causalidad los acontecimientos del presente.

Si a todo ello se añaden las autobiografías de políticos destacados (Cayo Graco, Sila), obtenemos un cuadro muy rico y complejo de la historiografía romana de la época anterior a Cicerón. Sin embargo, una historiografía romana verdaderamente valiosa no apareció hasta después de la muerte de Cicerón.

1.3. La historiografía clásica.

           Contemporáneos de Cicerón fueron César, Salustio y Nepote.

           Aunque a César no puede considerársele sin más como historiador en el sentido antiguo del término, responde plenamente al ideal ciceroniano. En cambio, Salustio siguió un camino distinto del propuesto por Cicerón para la historiografía.

           En cuanto a César, los siete libros del De bello Gallico tienen como tema la conquista de las Galias por César (58-50 a.C.), y fueron completados por un libro octavo compuesto por Hircio, uno de sus generales. La obra De bello civili trata de la guerra civil contra Pompeyo, que fue continuada en el Bellum Alexandrinum, el Bellum Africum y el Bellum Hispaniense, tres escritos de la misma época atribuidos a César pero de autor desconocido. En sus obras César crea un nuevo género de historiografía que no puede ser considerada literatura en el sentido estricto del término y que tiene como propósito su autojustificación.

           Salustio extrajo sus temas de la época de decadencia que siguió a la aparición de los Gracos. Una profunda y amarga reflexión sobre el derrumbamiento de la antigua res publica, que se basaba en las mores maiorum, caracterizan a toda su obra. Compuso dos monografías: De coniuratione Catilinae  y De bello Iugurthino. Al género de la historiografía general pertenecen sus Historiae, hoy perdidas, salvo algunos fragmentos, que trataban de la época posterior a la muerte de Sila (78 a.C.).

           Al entorno de Cicerón pertenecen, además de César, Pomponio Ático, Terencio Varrón y Cornelio Nepote. Pomponio Ático compuso un Liber annalis, que en un solo libro ofrece un resumen de toda la historia de Roma. Terencio Varrón fue el más grande erudito de su época. Los resultados de sus investigaciones históricas fueron expuestos entre otros en sus Antiquitatum libri XLI, sobre los tiempos antiguos de Roma.

 

En cuanto a Cornelio Nepote, se le considera inaugurador de nuevas formas de la literatura histórica en Roma: el resumen, la biografía y la compilación anecdótica. La cronografía no tuvo un desarrollo científico en Roma hasta la época clásica. La Crónica universal, en tres libros, de Cornelio Nepote, perdida para nosotros fue el primer escrito de su clase en Roma. En cuanto a su compilación de ejemplos retóricos, con la que inauguró la compilación anecdótica en Roma, debió de superar en importancia a la de Valerio Máximo, de la época de Tiberio. Pero es famoso sobre todo como biógrafo. Su obra principal, De viris illustribus libri XVI (?), pintaba las vidas tanto de ciudadanos romanos como no romanos. De ellas han llegado a nosotros 22 biografías de caudillos extranjeros, entre ellos de Aníbal, así como dos biografías de historiadores romanos, Catón “el Viejo” y Ático. Pero, aunque sus fuentes eran históricas, no buscaba en ellas ante todo la verdad histórica.

Tito Livio dedicó buena parte de su vida (ca. 60 a.C.-17 d.C.) a escribir en 142 libros la historia romana desde sus comienzos hasta el año 9 a.C. Su publicación se llevó a cabo probablemente en grupos de cinco o de diez libros. De la ingente obra Ab urbe condita sólo ha logrado conservarse una cuarta parte: las cuatro primeras décadas y los cinco libros siguientes. En la ordenación de la temática sigue el esquema de la sucesión de los años, por lo que puede ser considerado como el último de los analistas. Por su cuestionable metodología (su crítica de las fuentes históricas deja mucho que desear) y por el aspecto estilístico-literario de su historiografía reducen su importancia como historiador en el sentido moderno del término. Con todo, es una de las figuras claves de la historiografía romana.

Junto a Livio, Pompeyo Trogo, Veleyo Patérculo y Valerio Máximo son los principales representantes de la historiografía de la época de Augusto y Tiberio. Todos ellos son de reducida importancia. Sus rasgos característicos son el refinamiento y la exageración patética. Representan una evolución hacia una especie de “barroco”. Por otra parte, la desaparición progresiva de la libertad de palabra durante el Imperio planteó un problema de conciencia a los historiadores.

Para no poner en peligro la verdad ni su propia seguridad, Pompeyo Trogo optó por una historia del mundo no romano hasta el año 20 a.C. en 44 libros titulada Historiae Philippicae, concebida posiblemente como una especie de contrapeso a la obra de Tito Livio. La conocemos gracias a un resumen que compuso un tal Justino en el siglo II de nuestra era, en el que redujo la obra a una décima parte.

La idea de la decadencia del Estado romano, marcado por el final de la era republicana y el comienzo del período imperial, aparece en Veleyo Patérculo, si bien es cierto que hace un retraro entusiasta del emperador reinante, Tiberio. Sus Historiae Romanae, en dos libros, trataban, el primero de ellos, los sucesos acaecidos hasta el año 146 a.C. y, el segundo, los años 146 a.C. hasta 30 d.C. Lo más característico de su obra es el hecho de que, en diversas digresiones, se ocupe de problemas de la historia cultural y sobre todo literaria de Roma.

Valerio Máximo no debe ser contado entre los historiadores, ya que era realmente un rhetor. Elaboró una colección de ejemplos históricos con la que quería ser útil a los oradores. Sus Facta et dicta memorabilia en 9 libros están ordenados sistemáticamente por temas: religión, instituciones, virtudes morales, etc. Predominan los ejemplos romanos, aunque también se da cabida a los extranjeros. La estrechez de miras y el servilismo al régimen son sus principales características.

La historiografía de la segunda mitad el siglo I d.C. ofrece un cuadro poco interesante, ya que algunas buenas obras de este período se han perdido. En efecto, hubieron de sufrir la competencia de la exposición del Imperio temprano hecha por Tácito. La única de esta época que ha llegado hasta nosotros es la de Curcio Rufo. Fue un historiador que evitó todo conflicto con el régimen eligiendo un tema carente de actualidad pero que, con todo, despertaba un interés general. En su Historia Alexandri Magni, en 10 libros, eligió a un héroe que, tres siglos después de su muerte, seguía atrayendo a los lectores. Su figura resultaba actual como ejemplo de un déspota fascinador, hasta el punto de que más de un emperador romano quiso presentarse como un nuevo Alejandro. Curcio destaca sobre todo por sus análisis psicológicos del soberano, con los que anticipa a Tácito y compensa sus deficiencias históricas, geográfico-etnográficas y de estrategia militar. Su obra es, en definitiva, una especie de novela histórica.

          

El tercer historiador más destacado de la historiografía clásica, que vivió y compuso su obra después de Salustio y Tito Livio, en la segunda mitad del siglo I d.C, es Tácito.

Escribió dos monografías: Agricola y Germania. La primera de ellas es un homenaje personal a su suegro Agrícola, un hombre de carácter inquebrantable cuyas cualidades le permitieron conseguir las más altas dignidades y cargos públicos bajo la tiranía de Domiciano. Pero esta obra es más que un biografía, pues se ocupa de las campañas militares de Agrícola en Britania y, en algún pasaje, lleva a cabo una implacable acusación contra el imperialismo romano. En cuanto a la segunda monografía mencionada, describe, dentro del marco de una etnografía sistemática, las costumbres germanas como algo completamente distinto de las formas de vida romanas, pero igualmente válido y, en algunas ocasiones, incluso mejor.

Tras estas monografías, Tácito escribió su primera obra de mayor envergadura, las Historias, en 5 libros. Comenzó con el año de los tres césares (Galba, Otón y Vitelio, año 69 d.C.) y expuso seguidamente el reinado de los emperadores de la dinastía flavia (Vespasiano, Tito y Domiciano), en una evolución de la luz a las tinieblas. En el prefacio nos avisa de que la época descrita está plagada de acontecimientos horribles. En su obra siguiente, los Annales, se remonta a un período histórico anterior, la época comprendida entre la muerte de Augusto y la de Nerón. Escrita en 16 libros, sólo se han conservado el primer y último tercios. En ella Tácito, independientemente de la época del Imperio que relata, describe el Principado como tal, con todas sus consecuencias para el Estado y para la vida de sus ciudadanos. Tanto en su moralismo y su actitud respecto a la tarea fundamental de la historiografía como en el estilo es evidente la influencia de Salustio.

 

2.      CÉSAR.

2.1.  Biografía.

Cayo Julio César (101-44 a.C.) no es un hombre de letras, sino un político ambicioso de una gran inteligencia procedente de una antigua familia aristocrática. Llegó a ser uno de los jefes del partido demócrata-revolucionario. Pero no logró imponerse hasta los cuarenta años. A partir de 60 a.C. es el dueño de Roma con Pompeyo y Craso (primer triunvirato). Su consulado (59 a.C.) estuvo lleno de irregularidades; pero la conquista de las Galias (58-51 a.C.) le aseguró prestigio, riquezas y un ejército incomparable. Al quedar como únicos rivales él y Pompeyo, muerto Craso, estalla la guerra civil entre ellos. César aplasta a Pompeyo en la batalla de Farsalia (48 a.C.) y destruye los ejércitos “republicanos” de Africa y de España, partidarios de Pompeyo. Dictador y señor absoluto de Roma y su imperio, cayó víctima de una conjura en medio del Senado el 15 de marzo del 44 a.C.

2.2.  Producción literaria.

Su gran inteligencia le permitió abordar a la vez las más diversas tareas.

 Escribió una tragedia (Edipo), un poema en honor de Hércules, otro de su viaje a España y también epigramas. Dedicó a Cicerón un tratado de gramática purista, Sobre la analogía (De analogia), y contestó a su apología de Catón de Utica, adversario suyo, con un Anticatón en dos libros (Duo Caesaris Anticatones), obra en que atacaba a un pompeyano de renombre defendiendo sus intereses políticos. Escribió también discursos, de gran pulcritud, pureza de lengua y naturalidad. Todas estas obras se han perdido, y sólo nos quedan de ellas algunos fragmentos.

Las únicas obras de César que han llegado a nosotros, por otra parte las más importantes de su producción literaria, son los “Comentarios”. Comprenden 7 libros acerca de la guerra de las Galias, Commentarii De bello Gallico (el séptimo, mucho más largo que los otros, fue tal vez redactado y publicado después de aquéllos), continuada año tras año hasta la rendición de Vercingetórix en Alesia; y 3 sobre la guerra civil, Commentarii De bello civili, desde el comienzo del año 49 a. C. hasta la muerte de Pompeyo y el comienzo de la guerra de Alejandría en el año 48 a.C. Los 7 libros sobre la guerra de las Galias tuvieron continuación en un octavo libro a cargo de Hircio, lugarteniente de César, que trata el final de los sucesos de la Galia. A su vez, el curso posterior de la guerra civil se narra en tres libros de autor desconocido, que difieren entre sí en arte literario, estilo y lengua: el Bellum Alexandrinum (La Guerra de Alejandría), el Bellum Africum (La Guerra de Africa) y el Bellum Hispaniense (La Guerra de Hispania).

2.3. Valoración de la obra desde el punto de vista del contenido y de la forma.

2.3.1. Antecedentes de la obra y su finalidad.

César no trata de temas históricos en su conjunto, sino que intenta atraer la opinión pública a su favor; una vez alcanzado el objetivo esencial, no le interesan “las prolongaciones”.

El nombre de commentarii, por otra parte, indica un conjunto de notas o fichero que reúne los elementos que César va utilizando para elaborar su obra. Constituyen las memorias del hombre mismo que fue protagonista en los acontecimientos narrados, y son de una vivacidad, objetividad, elegancia, llaneza sin pretensiones tales que dan la impresión de espontaneidad.

 Los comentarios de César discurren en la línea del género historiográfico configurado estilísticamente por primera vez por los generales de Alejandro Magno y sus noticias a éste sobre sus expediciones. No obstante, en Roma había precedentes tales como el memorándum de Cayo Graco sobre su política, el escrito del cónsul Lutacio Cátulo sobre la batalla de los cimbrios en Vercellae (101 a.C.) y su gestión pública, así como las memorias de Sila (finales del siglo II a.C.-comienzos del I a.C.). La necesidad de remitir informaciones al Senado, de la justificación y la autocrítica relacionada con ella del funcionario republicano dio lugar al nacimiento de estas obras literarias.

2.3.2. Documentación.

La documentación utilizada por César es, en su conjunto, de primer orden, porque narra los hechos en los que participó personalmente o que conoció por los informes precisos de sus lugartenientes. Así pues, utiliza los informes oficiales que él mismo enviaba al Senado, los que le remitían sus propios legados desde los distintos frentes y sus apuntes personales tomados durante las campañas.

2.3.3. Temática.

Pero en su obra no sólo se narran hechos bélicos. Su realismo y su curiosidad natural le llevaron a observar bien los lugares, los hombres, los pueblos, a insertar en La Guerra de las Galias excursos etnográficos o geográficos bastante extensos.

2.3.4. Veracidad.

El problema de la veracidad de César es bantante complejo. Quiso explicar sus actos del modo que le era más favorable; disimula sus intenciones; atenúa sus fracasos; censura o felicita a sus lugartenientes. En La Guerra Civil son evidentes sus intentos de apología personal y de detracción irónica de sus adversarios: intenta inculpar al Senado y a Pompeyo como responsables del conflicto. En cambio, La Guerra de las Galias parece, en su conjunto, tan objetiva que da la impresión de ser veraz. Incluso hizo justicia a algunos de sus adversarios galos.

 

2.3.5. Narración.

La narración de César se caracteriza por su precisión y por no explicar más que lo esencial. Le interesa la acción, el encadenamiento de los hechos, la parte de la voluntad humana y del azar. Da la impresión de realidad no sólo cuando narra los acontecimientos a los que él mismo ha asistido, sino también aquéllos en los que no ha participado, pues los imagina con tal viveza que parece haber sido testigo ocular de ellos. En estas ocasiones sobre todo se pone de manifiesto el poder de su imaginación dramática.

2.3.6. Discursos.

A ejemplo de los griegos, los historiadores latinos intercalaron discursos, incluso ficticios, que ponían en boca de los personajes principales en circunstancias notables, y que les permitían exponer con viveza el conjunto de una situación o los fundamentos de su empresa. También César recurrió a este procedimiento. Sus discursos, siempre bajo la forma del estilo indirecto, que reproduce el pensamiento sin tratar de transcribir los términos mismos del orador, se caracterizan por su sobriedad y la claridad lógica de sus deducciones. En los instantes patéticos recurre, con todo, al estilo directo.

2.3.7. Estilo.

Por la excepcional calidad de su estilo, las obras de César están muy por encima de lo que se esperaba de obras de este tipo. César era un lingüista muy refinado, un habilísimo orador, un escritor culto y elegante.

Los “Comentarios” no carecen de desigualdades en el desarrollo y en el estilo. Fueron redactados a gran velocidad. Una cuestión de difícil solución es saber si César escribió los libros de la guerra de las Galias redactando sucesivamente cada libro año por año o si los compuso de una sola vez para la justificación pública de su política.

2.4. Pervivencia de la obra de César.

Shakespeare conoció La Guerra de las Galias, o por lo menos la parte que trata de Britania (selección adecuada para los principiantes ingleses).

Su drama Julio César es el primero cuyo asunto tomó Shakespeare de las Vidas de Plutarco y una de sus obras más perfectas. Constituye su primera gran tragedia. En ella añade a la forma de Séneca el material de Plutarco, convirtiendo su prosa descriptiva en verdadera poesía.

 

3. SALUSTIO.

3.1. Biografía.

Cayo Salustio Crispo (86-35 a.C.), de una familia acomodada de Amiterno, en la Sabinia, comenzó su carrera como cuestor, en 56 ó 55 a.C. Durante su mandato como tribuno de la plebe (52 a.C.) participó muy intensamente en las luchas políticas de la época como adversario de Cicerón. Dos años después, los censores lo expulsaron del Senado oficialmente a causa de su vida disipada, pero en realidad por motivos políticos, y huyó a las Galias, junto a César. Al entrar éste en Roma, tras el estallido de la guerra civil entre él y Pompeyo, Salustio logró regresar y fue nombrado de nuevo cuestor y senador. Tomó parte en las operaciones militares contra los pompeyanos en Iliria y en Africa en 46 a.C., provincia de la que fue nombrado gobernador y en la que se enriqueció sin escrúpulos, pero no obstante, salió victorioso, por influencia de César, de un proceso de concusión a su regreso a Roma. Siempre demócrata y partidario de César, pero sin carrera política a hacer, sobre todo después de la muerte del dictador (44 a.C.), se retira totalmente de la política y se entrega a la historia en el palacio rodeado de magníficos jardines que mandó construir en Roma con su saneado patrimonio a su regreso de Africa.

 

3.2. Producción literaria.

Tras el estallido de la guerra civil entre César y Pompeyo (50 a.C.) y tras la victoria definitiva de César (46 a.C.), dirigió a éste sendas cartas abiertas Sobre el Estado, en que, preocupado por la relación entre problemas políticos y sociales, ofrece consejos y normas para la renovación política, social y moral después de la guerra civil. La autenticidad de estas cartas es aún discutida, a causa de su contenido histórico o de su lengua. Se le ha atribuido también una Invectiva contra Cicerón, que no es, con toda seguridad, auténtica.

No se ocupó de la historia hasta unos años más tarde, tras la muerte de César (44 a.C.). Salustio extrajo sus temas de la época de decadencia que siguió a la aparición de los Gracos (finales del siglo II a.C.). Primeramente escribió una monografía titulada De coniuratione Catilinae (Sobre la conjuración de Catilina), episodio muy reciente sobre el que debía poseer una información personal. En ella Salustio narra la conjura de Catilina, un noble venido a menos, que dio un golpe al Estado con un grupo de seguidores en el año 63 a.C., durante el consulado de Cicerón. Este consiguió hacerlo fracasar movilizando al pueblo y al Senado contra él, con sus famosas Catilinarias. El ejército, fiel a la República, derrotó a Catilina y sus secuaces.

Salustio alterna en su obra la narración de los hechos con largas reflexiones morales y de análisis político sobre la evolución histórica de Roma. Ataca duramente el materialismo y los vicios de su época como causas de las crisis políticas.

Su segunda monografía, De bello Iugurthino (Sobre la guerra de Yugurta), narra la guerra que enfrentó Roma con Yugurta, un aspirante al trono de Numidia que se rebeló contra la resolución del Senado romano en el conflicto dinástico abierto a la muerte del rey Micipsa. En un principio, Yugurta va saliendo victorioso, liquida a sus oponentes y soborna a parte de la clase política romana, pero, al final, gracias a la intervención de los cónsules Metelo y Mario, acaba siendo capturado.

No se trata tanto de la guerra de Yugurta (112 a 102 a.C.) cuanto de las convulsiones políticas que la acompañaron. En efecto, se trataba del período crítico en que la nobleza que había vencido a los Gracos terminó en sus excesos y comenzó a imponerse el gran general demócrata Mario.

Sólo nos han llegado fragmentos de su última obra, las Historiae, en cinco libros, que abandona la forma monográfica a favor de una historiografía general, estructurada por años. Trataban de la época posterior a la muerte de Sila, del 78 al 67 a.C., un período confuso en el que se sucedieron hechos como el intento de secesión de Hispania con Sertorio o la sublevación de los esclavos con Espartaco. En ellas se intentaba describir la destrucción del partido democrático. Los fragmentos más  importantes conservados son cuatro discursos y dos cartas.

 

3.3. Valoración de la obra desde el punto de vista del contenido y de la forma.

3.3.1. Filosofía de la historia.

Salustio es un caso típico de su época, tiempo de enfrentamientos frecuentemente violentos entre la aristocracia senatorial (optimates) y los caudillos del pueblo (populares), del despliegue de poder de individuos de poderosa personalidad, que intentaban utilizar en provecho propio estos enfrentamientos, y del derrumbamiento de la antigua res publica que se había basado en las mores maiorum (costumbres de los antepasados). Sus obras históricas, que habían surgido en la época posterior a la muerte de César, son en gran medida el producto de un desengaño condicionado por experiencias políticas y personales.

La severa moral que llena toda su obra contrasta fuertemente con su carrera política. La amargura, una profunda reflexión y una conciencia sobre el bien y el mal producto de su experiencia personal caracterizan su obra histórica.

Salustio, en sus obras, ataca duramente el materialismo y los vicios de su tiempo para explicar las crisis políticas. Trata a fondo la íntima relación existente entre historia interna e historia externa de Roma: la decadencia moral en el curso de la historia de Roma, causa de sus conflictos políticos, se inicia en 146 a.C., año en que Roma perdió en Cartago a su último enemigo peligroso. En el tratamiento de las cuestiones relativas al Estado y al individualismo se muestra como un auténtico precursor de Montesquieu.

3.3.2. Método histórico.

Salustio se muestra objetivo desde su primera obra. Pero en ésta carece aún de verdadero rigor histórico: trata en breve digresión las primeras tentativas revolucionarias de Catilina, sin las cuales no se explica la conjuración del 63 a.C.; no describe los motivos económicos y sociales que podían justificar la actitud de Catilina; trata de disimular la implicación de César y se contenta con una cronología incierta o falsa. En cambio, la estructura de su segunda monografía es mucho más equilibrada y la información de que se sirve es de las más serias: a las Historias de Sisena, contemporáneo suyo, y a las Memorias de sus coetáneos añade los libros púnicos del rey Hiempsal, que mandó traducir, y numerosos datos recogidos en el lugar de los hechos, Africa. Profundiza en los problemas sociales; se remonta al pasado para explicar los acontecimientos actuales; robustece su sentido de la imparcialidad: se decide a no favorecer ni a los de su partido ni a sus adversarios debido a su descontento de político fracasado. De ahí su amargura y pesimismo.

            La formación literaria de Salustio debe mucho a Tucídides (siglo IV a.C.), el gran historiador de la guerra del Peloponeso: fría imparcialidad, descripciones y relatos meticulosos, densidad en la forma, un tanto de rudeza arcaica. Trata de imitar a su modelo en todo momento. Debe también a Tucídides sus inquietudes morales y el avanzar lo más lejos posible en la explicación de los hechos.

            3.3.3. Psicología.

            A Tucídides también debe las dotes de psicólogo que despliega en sus discursos, superando a su maestro. Al analizar el carácter de los hombres de primera fila, sugiere la psicología colectiva de los grupos sociales o incluso de las razas que aquéllos representan. Sus discursos, muy trabajados, son, como los de Tucídides, las partes sobresalientes de su obra.

            3.3.4. Lengua y estilo.

            Salustio trató de dar a su lengua un aspecto ligeramente arcaico para parecerse a Tucídides.

Su estilo recuerda también al de Catón “el Viejo” (siglos III-II a.C.), especialmente por sus arcaísmos y aliteraciones. En efecto, creó un vocabulario artificial que sugiriese a veces la relación con Catón -la ortografía, sin embargo, es la de su tiempo, que los copistas mantuvieron para dar un aspecto más arcaico al estilo de Salustio, de acuerdo con su propósito, pero la rejuvenecieron para sus contemporáneos-.

Pero Salustio sustituye la frase suelta de Catón, arcaica, por una prosa compacta y cerrada cuya oscuridad y complejidad se la debe a Tucídides. El resultado es un estilo propio y personal.

3.4. Pervivencia de la obra de Salustio.

La influencia de Salustio, a diferencia de la de César, ha sido muy grande en la literatura latina, sobre todo en los historiadores, y muy especialmente en Tácito.

Especial trascendencia ha tenido la Conjuración de Catilina. Este personaje aparece ya, poco después de la muerte de Salustio, como héroe de una serie de historias de aventuras y, pasados unos años, en pleno Renacimiento, vuelve a cobrar nueva significación, encarnando la tendencia exaltada, rebelde y revolucionaria defensora de la libertad. Autores como Voltaire, Fénelon o Schiller hicieron distintas caracterizaciones de él, a veces contradictorias.

En el siglo XIX, ciertos autores convierten a Catilina en el noble héroe de la revolución.

  

 

RASGOS ARCAICOS DEL ESTILO DE SALUSTIO

-Superlativo en –sumus en vez de –simus.

     Ej.. maxumus en vez de maximus.

-Acusativo plural de la 3ª declinación en –is en vez de –es.

     Ej.: civis en vez de cives.

-Acusativo singular de la 2º declinación en –om en vez de en –um.

     Ej.: parvom en vez de parvum.

-Gerundio y gerundivo en –undum y –undus, -a, -um, respectivamente, en vez de –endum y –endus, -a, -um.

     Ej.: faciundum en vez de faciendum.

-Uso de la forma arcaica vo- en vez de ve-.

     Ej.: vorsus en vez de versus

            voster en vez de vester.

-Quis en vez de quibus para dativo y ablativo plural del pronombre relativo.

-Preferencia de la desinencia –ere en vez de –erunt de 3ª persona plural del pretérito perfecto de indicativo activo.

     Ej.: duxere en vez de duxerunt.

-Forma uti en vez de ut para la conjunción completiva.

-Formas foret, forent en vez de esset, essent, respectivamente, para pretérito imperfecto de subjuntivo activo del verbo sum.

-Formas en –tudo en vez de en –tas para nombres abstractos.